sábado, 21 de mayo de 2011

Evaluación


“¿Muy…, Bastante…, Poco…, Nada…?”

Hace unos días acudí a un taller mecánico para reparar una pequeña avería en mi coche. Me la arreglaron, pagué y me fui. Estaba yo contento por haber resuelto ese ligero contratiempo cuando recibí una llamada telefónica
“¿Es usted el Sr. Iñaki Viar?”. Contesté afirmativamente.
“¿Tendría la amabilidad de responder a unas preguntas? Se trata de una encuesta sobre el arreglo de su coche, con el fin de mejorar el servicio”. De acuerdo también. Y ahí empezaron las preguntas de la encuesta:
“¿Respecto al tiempo empleado para el arreglo está usted: muy satisfecho, bastante satisfecho, poco satisfecho, nada satisfecho? Contésteme con una de las opciones que le planteo”.
Contesté que “muy satisfecho”. Y siguieron más preguntas sobre el resultado, las explicaciones, la atención, etc. Tras cada pregunta la voz me repetía las cuatro opciones: Muy… Bastante… Poco… Nada…
Por abreviar el tedio, y sin mayores objeciones sobre el objeto de la llamada, para acabar cuanto antes contesté mecánicamente la primera respuesta: “Que muy…”
La voz añadió unas precisiones sobre que mis respuestas se mantendrían anónimas y nos se haría ningún otro uso de las mismas. A lo que contesté, ya algo hastiado, que me daba igual el uso que hicieran de ellas.
Por fin acabada la conversación, me pregunté -esta vez yo mismo- por la razón de mi desagrado. Caí en la cuenta de que no había sido una conversación, que solo había podido responder con sus respuestas, como un loro, y que no había podido añadir ninguna otra cosa que se me ocurriera. Como, por ejemplo, que me había parecido algo caro el arreglo. Y, para rematarlo, aquella insinuación sobre el anonimato y el uso de mis repuestas… como si hubiese lugar a que uno respondiera algo indebido.
Lo que me desagradaba es que habían obtenido mi consentimiento para el procedimiento. En nombre de grandes ideales de Buen Servicio, Eficiencia, Colaboración… en nombre, pretendidamente, de la Ciencia. Si te niegas a participar es como si fueras en contra de todo ello. Uno es tomado por sorpresa y para cuando se percata ya está evaluado como consumidor. O ha colaborado en la evaluación de otros: del taller mecánico, del propio encuestador telefónico, etc. Pues bien, yo ya era un ser evaluado; pertenecería en adelante al conjunto de seres evaluados.
Es éste el paradigma de la evaluación. Aplicación de la matemática a la subjetividad, cuantificación del vínculo social, tal es su pretensión. Para ello imprescindible es el consentimiento. “La sumisión es consentida” escribió Étienne de la Boétie. Es lo que le da la apariencia de legitimidad,
Si bien parece una anécdota trivial que sucede a las personas todos los días, no hay más que trasladarla a los múltiples lugares donde se reproduce: trabajadores y empleados en sus empresas, usuarios y profesionales de diversos servicios, para constatar el alcance social de sus efectos. En mi caso se trataba de una empresa privada, pero si es el poder político, el Estado a través de sus diversas agencias, quien nos encuesta, entonces estamos ya en el procedimiento evaluador que se extiende a lo largo y ancho de nuestra sociedad.
Esa reducción a la cantidad es una apisonadora de los sujetos, de sus historias, de los vínculos sociales. Todo se reduce, se aplana. El enemigo es la singularidad. Lo inaceptable es lo particular. La evaluación propone cuantificación contra enunciación. Cuenta todo para descontar al sujeto. Que solamente le queden las palabras del Otro.
Es una cuestión de masas. De masas medidas y pesadas, utilizables en la ingeniería social, cuyo máximo enemigo es el deseo. Y es que el deseo fastidia los parámetros con cuyo manejo la burocracia aspira a perpetuarse para, sobre todo, seguir evaluando. La evaluación crea la necesidad de más evaluación. Es altamente adictiva. Por tanto un fin en sí misma. Repetición infinita, goce del evaluador y del sumiso evaluado. Pero siempre en nombre de ideales propuestos por los medios de comunicación y los políticos como el Bien Común. Como si extrajeran el máximo común divisor de los ciudadanos y así obtuvieran la definición de sus deseos. Lo que sí es cierto es que la evaluación divide al sujeto ciudadano. Le empuja a la renuncia de su modo propio, desprecia su juicio íntimo que queda aprisionado por las cadenas de ítems.
Dice Jacques-Alain Miller, en “Desea usted ser evaluado”, que “la evaluación significa conectar el goce único, goce siempre solitario y autista del sujeto con el Otro, el gran Otro, el Otro universal del significante que es el lugar donde se realiza el ciframiento”.
Una pesadilla orwelliana se dibuja en el horizonte social y político: el Big Brother sabe muy bien lo que te conviene. Lo tiene todo medido, pesado, calculado. Es el ciudadano que no acepta someterse el que se hace daño a sí mismo. El asocial que no quiere el bien para todos. Mal asunto para él. Deberá, quizá el poder salvarlo de sí mismo. Esta perspectiva totalitaria es frecuente en la literatura de ciencia ficción. Es la sugerida por el avance científico que destila su ideología fundamentalista de que la ciencia es el único camino para un futuro mejor. Es la atribución a la ciencia y a la técnica de ese poder único para proporcionarnos la felicidad lo que desprende ese aire siniestro que refleja esa literatura. La evaluación también es hija del cientifismo. Nos ofrece contabilizar el goce a cambio de nuestra libertad de elegir. No entiende la clase evaluadora que la libertad de elegir es nuestra responsabilidad en la clínica. Jamás entenderían el consejo freudiano de recibir al paciente como si fuera el primero.
En el psicoanálisis lacaniano tenemos ya un recorrido importante en la lucha contra la utilización indebida de las técnicas evaluadoras. Nuestra fuerza reside en que tratamos a los pacientes como únicos. Y no los comparamos. En que nunca abdicaremos de nuestro propio juicio, de nuestro criterio responsable. Cada uno en su lugar. Habrá que ceder, a veces, a los imperativos administrativos. Necesitamos una táctica política: ellos tienen el poder. Pero tenemos que mostrar nuestro rechazo, hacer prevalecer el discurso analítico sobre las vacuas generalidades y la estulticia de quienes nos propongan: “¿muy…bastante…poco…nada…?

19 comentarios:

Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Viar-sensei, que no le pillen por sorpresa, la próxima usted responda como mi tía: ¿Que cuánto? Pues el número pi.

El admirable número Pi
tres coma uno cuatro uno.
Las cifras que siguen son también preliminares
cinco nueve dos porque jamás acaba.
No puede abarcarlo seis cinco tres la mirada,
ocho nueve ni el cálculo
siete nueve ni la imaginación,
ni siquiera tres dos tres ocho un chiste, es decir, una comparación
cuatro seis con cualquier otra cosa
dos seis cuatro tres de este mundo.
La serpiente más larga de la tierra suma equis metros y se acaba.
Y lo mismo las serpientes míticas aunque tardan más.
El séquito de dígitos del número Pi
llega al final de la página y no se detiene,
sigue, recorre la mesa, el aire,
una pared, una hoja, un nido de pájaros, las nubes, hasta llegar directo al cielo,
y perderse en la insondable hinchazón del cielo.
¡Qué breve la cola de un cometa, cual la de un ratón!
¡Qué endeble el rayo de un astro si se curva en la insignificancia del espacio!
Mientras aquí dos tres quince trescientos diecinueve
mi número de teléfono la talla de tu camisa
el año mil novecientos sesenta y tres sexto piso
el número de habitantes sesenta y cinco céntimos
dos pulgadas de cintura una charada y un mensaje cifrado
que dice vuela mi ruiseñor y canta
y también se ruega guardar silencio,
y se extinguirán cielo y tierra,
pero el número Pi no, jamás, seguirá su camino con su nada despreciable cinco
con su absoluto vulgar ocho
con su ni por asomo postrero siete,
empujando, ¡ay!, empujando a durar
a la perezosa eternidad.

(Wislawa Szymborska, El número Pi, de El gran número, 1976)

21 de mayo de 2011, 20:50  
Anonymous Ana ha dicho...

Yo tampoco soy “un ave de esas del nuevo gay-trinar” y tengo grandes respuestas a pequeñas preguntas, como, por ejemplo: “ ¿a quién vas a votar?” (pequeña pregunta), y yo contesto: “al más grande” (gran respuesta), y “¿quién es el más grande?” (pequeña pregunta”) … “pues quien sea más grande que Alá” (gran respuesta), y “¿quién es esa persona más grande que Alá?”, pues… “yo misma, porque así me lo dijo mi abuela en muchas ocasiones cuando yo era una niña que jugaba con sus amigas invisibles.” (gran respuesta)… “Pero, ¡no puedes votarte a ti misma!, y ahora ¿consideras que tu respuesta es grande?”… “¡Claro que sí! Porque yo puedo hacer lo que me venga en gana con el tiempo, con el lenguaje, y con el ropaje, pues ahora me visto de ave....¡Oh, eso ha sido una pequeña respuesta!”…¡Es que la tuya ha sido una gran pregunta, y ya hemos dicho que para grandes, las estrellas de todo, todo el firmamento”… “¡Ah, pero el firmamento, ¿no es infinito?”… “Pues no lo sé con seguridad, pero mira, ya tengo la gran respuesta a la pregunta pequeña: mañana votaré al partido al que últimamente estaba votando, porque es “todo” un partido que “siempre” está ahí frente a ese otro que “nunca” hará “nada” de provecho, y olé mi padre (ahora que lo pienso, a lo mejor voto en blanco).

Y ¿qué os parece que continuemos hoy en día, cuando todo lo evaluamos y cuantificamos, que continuemos llamando séptimo (septiembre), octavo (octubre), noveno (noviembre) y décimo (diciembre) a los meses nueve, diez, once y doce respectivamente? ¿y dos veces sexto (bisiesto) al mes de febrero : dónde están el dos y el seis, si puede saberse (yo sí sé dónde estaban, pero ahora sí que no sé dónde están)?

Pero, eso sí, en los trabajos debemos evaluar si queremos que nos den el certificado de calidad… ¡Ay, la evaluación y la calidad, mis compañeros y yo en el trabajo estamos bastante hartos de esos dos conceptos!

Si leéis en Wikipedia “Los pitagóricos” os podréis hacer una idea de lo que es pensar que la subjetividad se puede reducir a la matemática, que se puede cuantificar: pues ya lo intentaron algunos filósofos de la antigüedad: por cierto, la palabra “matemáticas” viene del griego “mathema” que significaba “cosa aprendida, lección, conocimiento, ciencia, arte; enseñanza”, pero el significado más extendido era “lección” (que ya lo dijo Machado “[…] Y todo un coro infantil // va aprendiendo la lección:// mil veces ciento, cien mil,// mil veces mil, un millón.”). De todas formas yo también admiro a Pitágoras (que fue el que acuñó el nombre de “filósofo”) y a los pitágoricos por muchas razones, entre otras, porque ellos fueron los filósofos que “inventaron un poco” las matemáticas, la aritmética, la ciencia, incluso la música (harmonía) y también porque tampoco estoy de acuerdo en que la evaluación y la cuantificación sean tan “malas”: creo que, como casi todo en esta vida, tienen su lado positivo y su lado negativo: por ejemplo, bien bonito ha sido el número pi de la tía de Elefante de Guerra).

Yo he leído por ahí que a Lacan se le critica que utiliza el lenguaje matemático para explicar su teoría psicoanalítica, y precisamente la historia nos demuestra que los conceptos matemáticos vienen de conceptos filosóficos, a parte de que cualquier persona sabe que las matemáticas no es otra cosa que un lenguaje, como lo es también la informática.

21 de mayo de 2011, 23:08  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Pues sí, la anécdota que cuenta Viar, así como al desgaire de hallar pretexto para este temazo, es un auténtico acto de calidad, y perpetrado a pleno sol.
Es verdad, Ana, que el número es conocimiento, y es poesía y ritmo, y la armonía es proporción y cifra, porque hay música esférica en las estrellas pitagóricas. Pero creo que esto de la calidad no es, en realidad, un asunto de cifras, sino uno de letras y bien gordas: parémonos, por favor, en el hecho muy notable de que la calidad de marras no significa en absoluto lo que solía.
Calidad es, en nuestros saberes léxicos compartidos (y reduciendo un poco al fuego los tradicionales caldos semánticos de la palabra castellana), un par de cosas: a) propiedad o cualidad (como "en calidad de", que es la que precisamente le viene del que se ha quedado su hermano, sinónimo y cognado o cuñado: cualidad); y b) excelencia, es decir, "(buena) calidad". Y la calidad con la que han arrinconado a Viar en una esquina quiere decir, aproximada pero esencialmente, "control y medición".
Ah, la polisemia, qué hermoso principio de plasticidad lingüística: yo, desde luego, voto a favor de la polisemia, incluso de la pura ambigüedad y también de todos los excesos de sentido. Pero entre el nuevo significado de calidad y los tradicionales del idioma no hay una elástica deriva espontánea, sino que se ha producido un horripilante forzamiento. Es una hipótesis no verificable que la nueva calidad se relacione con la excelencia (al menos en el sentido pre-sistemas de calidad de esta palabra, en que ahora significa control máximo). Y, sin embargo, sus propaladores se benefician alevosamente de que los hablantes ingerimos y connotamos su concepto de calidad con el otro viejo que la palabra acuna en nuestro diccionario mental.
Y nos las hemos de ver con todo un mundo de acepciones sobreimpuestas a las usuales, que tenemos que tragar sin ensalivar ni masticar, ¡y sin poder siquiera escupir los güitos! Las llamadas "evidencias", pieza clave del sistema (esa encuesta de satisfacción es una maldita evidencia, por ejemplo), no son ya "certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar" (DRAE, s.v.), sino mero documento o testimonio de algo que se afirma, cuya fuerza o capacidad probatoria es entre bastante discutible y completamente irrisoria.
Llegaremos a contemplar encuestas de satisfacción en bautizos y funerales. No es fantaciencia, Viar, ni sainete ficción o chiste, que no, que el futuro ya está aquí. La primera vez que oí hablar de cosas de la sedicente calidad, a mí me hacía todo mucha gracia, esto no es de verdad, pensaba yo: unos señores con traje, de esos que explican en los sitios las cosas, que en vez de hablar de puentes (¡sabían hacer puentes, y yo fui porque quería ver cómo es uno que sabe hacer puentes!), insistían en la necesidad de medir la satisfacción. Y en la lista de resplandecientes ejemplos incluyeron el que en cierto centro educativo de la UPV (con Q de plata) hacían encuestas de satisfacción hasta a la salida de los actos de graduación. Juas, juas, juas, ay, qué grasiosos son los ingenieros. Pues es verídico. Te cogen por sorpresa en ese emotivo acto, con una lagrimilla resbalando sobre el canapé de salami, y te atizan sus palabras semirreconocibles como condones de uralita para introducir sentidos nuevos. Si yo fuera una hija, madre o abuela de las que había ido al acto y en ese entrañable momento me arrean con el cuestionario, no le habría respondido con el número pi, no, le habría dicho: ¿¡Que te chupe queeé?! ¡Que te la chupe tu abuela!
(Perdón, ya sé que soy muy ordinaria. Es que voy a ir ahora mismo a depositar mi voto, y antes quería dejar a Leoparda dormida y con el pañal limpio).

22 de mayo de 2011, 12:20  
Anonymous Ana ha dicho...

Errata: que Antonio Machado no escribió "va aprendiendo la lección" sino "va cantando la lección"..¡Ay, qué desastre!
Y otra cosa: la palabra "ciencia" viene del verbo latino "scio,is,ire,scivi o scii, scitum": saber, estar instruído, tener un conocimiento teórico o práctico de algo", por lo tanto, lo que creo que podemos decir es que,efectivamente todo lo que sabemos, bien teóricamente, bien en la práctica, es "ciencia", no es "aritmética", que es lo que pretenden hacer lo que dices, Iñaki Viar, esto es, "cuantificar la subjetividad del sujeto" algunos mal llamados "ciéntificos" (porque en realidad son "aritméticos", ya que en griego "aritmós" significa número), y digo "algunos" porque hay muchos científicos que distinguen perfectamente lo que es ciencia de lo que no es, y también distinguen entre los dos conceptos de "calidad" y "cantidad".

22 de mayo de 2011, 12:39  
Anonymous Ana ha dicho...

Película de dibujos animados sobre los pitagóricos, las matemáticas, la geometría, la música, etc…: “Donald en el país de las matemáticas”: eso de “medir la satisfacción” que nos dicen Iñaki Viar y Elefante de Guerra no aparece por ninguna parte de la peli… ¡Vaya batiburrillo de sentimientos y de cantidades el que se traen todas esas personas que se dedican a evaluar los sentimientos y los grados de satisfacción!

Ejemplo de literatura de ciencia ficción que refleja lo que dice Iñaki Viar en esta entrada es la novela "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, del que copio un texto precisamente referido a la ciencia, porque incluso ella, la ciencia, llega a ser subversiva, y naturalmente está oprimida, censurada por quienes ostentan el poder:

"[...]No deseamos cambios. Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad. Ésta es otra razón por la cual nos mostramos tan reacios a aplicar nuestros inventos. Todo decubrimiento de las ciencias puras es potencialmente subversivo; incluso la ciencia debe ser tratada a veces como un enemigo.
- ¿Cómo?- dijo Helmholtz, asombrado-.¡Pero si constantemente decimos que la ciencia lo es todo!¡Si es un axioma hipópédico!
- Tres veces por semana entre los trece años y los dicisiete- dijo Bernard.
- Y toda la propaganda en favor de la ciencia que hacemos en la Escuela...
- Sí, pero ¿qué clase de ciencia?- preguntó Mustafá Mond, con sarcasmo-. Ustedes no tienen una formación científica y, por consiguiente, no pueden juzgar. Yo llegué a ser hace mucho tiempo un físico muy bueno. Demasiado bueno: lo bastante para comprender que toda nuestra ciencia no es más que un libro de cocina, con una teoría ortodoxa sobre el arte de cocinar que nadie puede poner en duda y una lista de recetas a la cual no debe añadirse ni una sola sin un permiso especial del jefe de cocina. Yo soy actualmente el jefe de cocina. Pero antes fui un joven e inquisitivo pinche de cocina. Y empecé a elaborar platos por mi cuenta. Cocina heterodoxa, ilícita. En realidad, un poco de auténtica ciencia.
Mustafá Mond guardó silencio.
- ¿Y qué pasó? - preguntó Helmholtz Watson.
El interventor suspiró.
- Estuve a punto de que me ocurriera lo que va a sucederles a ustedes, jovencitos. Poco faltó para que me enviaran a una isla."

(Aldous Huxley, “Un mundo feliz”)

23 de mayo de 2011, 18:04  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

No lo había dicho (¿por qué no me lo han preguntado?), y esta entrada de Viar me parece precisa y acertada a más no poder. (Viar, ¿desea ser usted evaluadooo? ¡Pues me ha gustado un motrogollón!).
Creo que enfoca con mucha exactitud cuál es el centro del malestar que provoca la aplicación de ciertos métodos (de lo que él llama cientifismo, que no querrá decir propia y/o noblemente ciencia), a la comprensión de lo más específicamente humano, la subjetividad y el tesorito de nuestra humanidad. Lo que tenemos de más valioso, unas veces patente y otras recóndito, las preguntas más condenadamente narcisistas:
"Es la nueva canción,/
y la vieja canción…/
¡nuestra pobre canción!
/¿Quién soy yo?", según León Felipe ("Cara o cruz"), que repite cuestión: "¿Quién soy yo? 
¿He escapado de un sueño
o navego hacia un sueño? 
¿Huí de la casa del Rey
o busco la casa del Rey?" (Es que es León-me gusta repetiiiir-Felipe, de la Casa Poeta's, Very Flavoured Pelmazo's: "Que Somos Únicos", "Que valeee").
Viar termina hablando de la postura del psicoanálisis al respecto, y dan ganas de gritar unos vivas. El sufrimiento lleva a la gente a visitar psicólogos y psiquiatras de toda laya, a buscar chamanes y echadores de cartas, médicos en general y recetantes en particular. Estoy acordándome de las cosas que he visto y veo desde la acera del malestar, y el psicoanálisis me parece profundamente diferente del resto. Ajá, sí, sí, heme aquí comparando ahora, con toda mi parcialidad y en plenitud de juicio subjetivo. Y también los psicoanalistas son diferentes. No solo los pacienteeees (Viar-sensei, a mí no me diga eso, ¡que yo soy muy impacienteeeeee!) somos únicos, los psicoanalistas también lo son (y diferentes entre sí, "diferentes cual lo son dos gotas de agua", que dice mi tía).
En fin, lo observo como Elefanta Completamente Duquesa en mis gustos que soy, porque tal vez el psicoanálisis no es asequible a todos los dolientes, pero también he podido ver que dolientes y sufrientes elegimos más a menudo de lo que creemos en nuestras solicitaciones, en aquello que pedimos y esperamos, no solo hay desconocimiento y falta de medios, también hay temor, otros intereses y apuestas, e incluso legítimo mal gusto, subjetividad inconmensurable, a fin de cuentas.

24 de mayo de 2011, 22:46  
Blogger Ali ha dicho...

Desde pequeños, estamos sometidos continuamente a técnicas evaluativas, a una estadistica generalizada que silencia el uno por uno y hace que no existan apenas diferencias.
Desde pequeños, y esto nos damos cuenta por los niños, deseamos ser evaluados como los demás, no tener menos que el de al lado, tener un coche no menos que el vecino, viajar lejos aunque no sea éste tu deseo..
En el aprendizaje escolar nos han estado evaluando desde el principio
Es la norma con la que se interpreta lo normal y que reduce la singularidad de cada sujeto.
¿Qué pasa con la negación, la fustración, la impulsividad y todos los síntomas que se van creando?
Estoy de acuerdo contigo elefanta, que el psicoanalisis es otro lugar diferente al resto, en el que prima la singularidad desde el deseo, con una etica de responsabilidad.

25 de mayo de 2011, 9:34  
Anonymous Ana ha dicho...

Pues sí, a mí también me ha gustado lo que has escrito, Iñaki Viar, sobre la evaluación, y estoy de acuerdo con las dos (con Elefante de Guerra y con Ali) en que el psicoanálisis va a nuestro yo, a nuestra pregunta de quién soy yo, de dónde vengo y a dónde voy, y que, al estar acostumbradísimos desde pequeños a ser siempre evaluados, nos quedamos frustrados, fastidiados, “dolientes” y ese dolor el psicoanálisis lo trata desde una óptica totalmente diferente que cualquier otra actividad humana: cuando estamos haciendo psicoanálisis no nos sentimos “evaluados” y podemos, como dice Iñaki Viar, hablar con palabras nuestras, no con las palabras ajenas de alguien que ha hecho una lista de items, y además, como dice Ali, lo hacemos en un lugar en donde “prima la singularidad desde el deseo, con una ética de responsabilidad”, de respuesta, (me gusta, Ali, cómo vas hilando todos los temas que van saliendo a lo largo de tantos meses.)
Y al hilo de lo que estáis hablando quisiera decir que precisamente, en mi opinión, uno de los mayores escollos que podemos encontrar en el psicoanálisis es presisamente ese: que nosotros mismos, los pacientes, nos “evaluamos” continuamente, o bien para ponermos un “muy” o un “nada”… y creo que una de las cosas que podemos aprender en el psicoanálisis es precisamente a contemplarnos a nosotros mismos, a aceptarnos sin evaluaciones, sin juicios de valor, aunque como dice Ali, siempre habrá una ética que incluso se puede prescindir hablar sobre ella, quiero decir, que la ética subyace, está presente, pero que no hace falta ni siquiera “explicarla”, porque es la que surge de una forma inconsciente.
También quisiera subrayar lo que dices Iñaki Viar sobre que el mayor problema es cuando consentimos en ser evaluados por el otro, y que ese consentimiento es nuestra perdición: como bien ha dicho Elefante de Guerra, tú nos has puesto un ejemplo así como “tonto”, como cotidiano, que nos ocurre a todos y que le damos x importancia: pero que en ese ejemplo subyace algo mucho más profundo (gracias, Elefante de Guerra, por hablar sobre ello) que es precisamente que en muchos ámbitos de la vida, en nuestras relaciones cotidianas con nuestros más próximos, también consentimos en dejarnos evaluar – bueno, eso es lo que yo os he entendido- , y de ahí el sufrimiento, el malestar y el peregrinar por los curanderos. Estos últimos, excepto los psicoanalistas (que te acompañan a encontrar el meollo del asunto, tu meollo de tu asunto), te evalúan con tu consentimiento, te diagnostican y te recetan.
Me gustaría decir que no estoy muy de acuerdo en que lo “humano” es algo así como lo esencial del ser humano: creo que lo humano es todo lo que afecta a los humanos, desde la risa, hasta un pie, o una lista de items. Lo mismo que a mí no me gusta que al bachillerato que se ha llamado siempre de Letras ahora le hayan puesto el nombre de “Humanidades”, porque yo creo que también la física o las matemáticas están dentro del concepto de “humanidades”. Lo mismo cuando se dice de alguien “es muy humano”, en lugar de decir es “bondadoso”, o “buena persona” o cualquier otro similar. (Todo este rollo de lo humano no sé muy bien a cuento de qué lo he puesto, pero yo, por si acaso, lo pongo, así, porque sí, y ya está, tarari-ra-ra).

26 de mayo de 2011, 13:02  
Blogger Ali ha dicho...

Podríamos enumerar tantas cosas humanas esenciales en el ser humano..la singularidad,el deseo,la responsabilidad, el amor(propio del ser),la verdad, la libertad..
Creo que esto es lo que intentamos poner a hablar y que nos humaniza y que nos tambalea.
Hay quien se humaniza con las fórmulas de matemáticas ó quien defiende su teoría de que jugar a la bolsa es entender la vida de esta manera ó que la entienden mejor cuanto menos se sociabilicen y no por eso son menos humanos o "buenas personas", tarari..ra

27 de mayo de 2011, 14:35  
Anonymous Ana ha dicho...

¿Qué quiere decir "humanizar"? ¿Por qué han llegado a ser sinónimos la palabra "humano" y "bueno"? Yo creo que los humanos somos buenos y somos también muy malos, y no creo que nadie "se humanice más o menos",(entre otras muchas razones porque los animales no son malos por definición ni los humanos buenos por definición) y las matemáticas y la humanidad tienen tanta relación como la guerra o la violencia con la humanidad, o la poesía o la música con la humanidad...

Iñaki Viar nos dice que la burocracia = bureau (francés: oficina) + cratos (griego: poder) se perpetúa en sí misma para poder seguir evaluando... Y me acuerdo de una película, "Las doce pruebas de Astérix", en donde una de las pruebas que tienen que pasar Asterix y Obelix es precisamente realizar un papeleo burocrático y yo creo que es la prueba que más les cuesta pasar: van a un enorme edificio-oficina en donde solamente hay funcionarios en sus garitos atendiendo al personal y al que, de una forma persistente y sistemática, van volviendo loco de remate... La Locura y la Burocracia: estas dos palabras sí que tienen relación y si me preguntan si la relación es muy, bastante, poco o nada grande, pues mi respuesta sin duda alguna sería la siguiente: tararigrandísima.

De todas formas, aquí un conocido mío, Marcial (un escritor latino del siglo I, bilbilitano), escribió que la única forma de hacer un libro es con cosas “buenas”, ”regulares” y “malas”, es decir, que las posibilidades que le han dado a Iñaki Viar en la encuesta telefónica de elegir solamente una entre varias, pues no serían posibles, según Marcial, ya que los componentes de un producto no son “todos” de un solo tipo de calidad, o por lo menos eso es lo que le dijo Marcial a su amigo Avito:

Sunt bona,sunt quaedam mediocria, sunt mala plura
quae legis hic; aliter non fit, Avite, liber.

(Marcial, Epigramas, I,16)

(Traducción : « Hay cosas buenas, algunas regulares, la mayoría de las cosas que lees aquí son malas; Avito, no se hace un libro de otro modo”).

Me ha gustado cómo has dicho, Iñaki Viar, lo de que los políticos creen que, mediante las encuestas evaluadoras, pueden sacar el máximo común divisor de los ciudadanos y conocer el deseo común, la definición de sus deseos: es muy bueno,...
(Ali: yo también me tambaleo cuando escribo estas cosas…, bueno, no solamente me tambaleo, también me caigo de bruces contra el suelo, pero, eso sí, me levanto tan fresca (o por lo menos lo intento), porque para eso estamos, para hablar tranquilamente, tambalearnos, caernos, levantarnos, pero, eso sí, aprendiendo, disfrutando y tarari-tarara, estoo ¡eso,! ¡si,...cantando!.)

27 de mayo de 2011, 22:54  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Buenas. Se salta de 'muy humano' a 'buena persona' a través de una acepción de "humano" que el DRAE define así: "Comprensivo, sensible a los infortunios ajenos" (s.v., 3ª ac.). Eso es lo que pone, y yo lo he buscado porque cuando he leído la expresión en el escrito de Ana, he pensado que lo que se suele querer decir es, además, que esa comprensión se basa en la participación. O sea, que se dice de alguien que es muy humano cuando, en efecto, a diferencia de lo que nos pasa con los ángeles, valoramos algo que tiene a cambio de saber de sus defectillos descomunales u horrorosillos vicios. Así que me gusta la frase de Marcial, porque tiene que ver con eso, aunque si te paras mucho en ellas, ves que son palabras que ponen un poco de modestia para captar la benevolencia del auditorio, el viejo truco de hacerse perdonar apelando a todo lo que tiene cada uno de necesidad de ser perdonado.
Nunca he tenido perro, pero siempre que me cruzo con uno y nos miramos siento cuánto le entiendo: perros rabiosos o más tristes que un perro, lánguidos y apáticos, ladradores y falderos, perros apaleados, perros fieles como perros y también capaces de las mayores perrerías. Les vigilo desde mi impostada humanidad y les entiendo.

27 de mayo de 2011, 23:52  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Me se olvidaba (a veces parezco más un hombre que una persona), y el femenino de perro, que es precioso.

28 de mayo de 2011, 0:18  
Anonymous Ana ha dicho...

Pues claro que es preciosa, buena mujer, mujer humana.(Muy buena tu explicación, muy comprensiva) (Ahora aquí no hay personas, solo hombres y mujeres, y perros y perras, ¡Ay las perras!¡Lo que tienen que de oir!)

28 de mayo de 2011, 0:52  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Que de oír y que de penar, valgamediós. Sí, y también son bonitos zorra y cacatúa, que inciden además en otras cualidades cognoscitivas, como la perspicacia y el mismo don de la palabra, respectivamente, pero a mí me gusta más perra porque es plenamente hum-ano en la hum-ildad de la hum-illación (sí, sí, es un ingenioso juego con el barro etimológico). Yo he vivido con un gato durante diecinueve años, y sé bien que ellos sí que no son realmente humanos, qué va, los gatos son gente de otra forma. Lo dice muy bien mi tía en un poema que se titula "Un gato en un piso vacío", y empieza así: "Morir, eso, a un gato, no se le hace. / Porque, ¿qué puede hacer un gato / en un piso vacío?". El poema cuenta cómo el gato busca por toda la casa, por los armarios y bajo las alfombras, duerme y espera, y aunque otros le ponen la comida, tiene un gran mosqueo porque "algo no empieza a la hora de siempre. / Algo no sucede / según lo establecido", alguien que de repente desapareció, "se empeña en no estar". Finalmente, el gato, muy agraviado, maquina su plan para, ay, cuando él regrese, cuando aparezca: "Se enterará de que esas no son maneras / de tratar a un gato. / Como quien no quiere la cosa, / habrá que acercársele, / despacito, / sobre unas patitas muy muy ofendidas. / Y, de entrada, nada de brincos ni maullidos" (W. S.).
Bueno, que Viar menciona una serie de principios "Buen Servicio, Eficiencia, Colaboración", y no dice el que guía a todos en los sistemas de garantía de calidad, la "Mejora Continua", lo cual empalma fenomenal con gatos y perras. Daría igual que la cosa fuera ya buena, por ejemplo, porque el tema es la mejora en sí y no en realidad, el soplagaitas del producto o cosa (vamos a ver, ¿cómo puede saberse qué es la cosa en sí?; digo más: ¿a quién le importa?). Un monstruito que se alimenta de sí mismo ("adictivo", dice Viar). Y si hablamos de tuercas y bobinas, no sé decir; pero cuando el sistema se expande y aplica a cosas como la educación de bichos con alma, da bastante yuyu, se abren los píloros como compuertas. No sé si solo nos pasa a los oscurantistas, o tal vez también a los pusilánimes y discalcúlicos en general.

28 de mayo de 2011, 15:24  
Anonymous Ana ha dicho...

Chistes de burocracia, de funcionarios, de items de evaluación y de calidad:
“Estaba San Pedro recibiendo a las almas en la puerta del cielo:
- Ven, hijo, ¿de dónde eres?
- Ecuatoriano, San Pedrito.
- ¿Has sido muy bueno, bastante bueno, un poco bueno o nada bueno en la vida?
- Muy bueno, San Pedrito.
- Pasa hijo, te lo has ganado.
Y así, varios casos más hasta que llega un bilbaino:
- Ven hijo, ¿de dónde eres?
- De Bilbao, San Pedro.
- ¿Has sido muy bueno, bastante bueno, un poco bueno o nada bueno en la vida?
- Muy bueno, San Pedro.
San Pedro se queda pensativo y luego le responde:
- Pasa hijo… ojalá te guste.”
(………………………………………………………………………………….)
Y así, varios casos más hasta que llega un árbitro de fútbol : le abre la puerta del cielo un santo con barbas:
- Ven, hijo: ¿Has sido muy bueno, bastante bueno, un poco bueno o nada bueno en la vida?
- Yo- dice el árbitro- tengo sobre mi conciencia un partido en que el Athletic ganó por uno a cero al Real Madrid con gol de penalty que yo le regalé sabiendo que no lo era. También dejé de pitar, en el mismo partido, tres clarísimos penaltys a favor del Real Madrid, y gracias a todo ello el Athletic ganó la Liga… Yo no he sido nada bueno en la vida pero pido humildemente perdón.
El Santo le miró con misericordia y le dijo:
- Pasa, anda, pasa, que la magnanimidad de dios es inconmensurable.
- Muchas gracias, San Pedro, muchísimas gracias.
- Calla, calla y pasa, que yo no soy San Pedro, soy San Mamés.”
(……………………………………………………………………………….)
Y se encuentran San Pedro y San Mamés: el primero le pregunta al segundo:
- ¡Qué, San Mamés, ¿algún problema?
- Pues, hablábamos de asuntos de Bilbao…
- Ya, asuntos difíciles, porque ¿sabes en qué se diferencia dios de un bilbaino?
- Pues no… ¿en qué?
- En que dios está en todas partes y el bilbaino ya ha estado.”
(……………………………………………………………………………..)
(Como algún humano me arree tirándome piedras o abucheándome llamo a los perros: yo, por si acaso, para hacerme perdonar, me voy de nuevo al cielo-en donde he estado muchas veces- a charlotear con San Pedro y San Mamés: por cierto, ¡Qué majos estos dos santos! ¡Me están dando una conversación interesantísima! ¡Y además han puesto de música de fondo la canción “Satisfaction” de los Rolling Stones!)
Ahora voy en serio: yo no soy ni disléxica ni discalcúlica (aunque sí algo pusilánime), y me gustan los perros y los gatos y los animales en general y no me parece mal la evaluación y buscar calidad en nuestro trabajo, en prácticamente todos los trabajos: por ejemplo, no me ha gustado cómo ha hecho su trabajo el árbitro del chiste: que no, que eso no es un trabajo bien hecho, que San Quienquieraquesea le tenía que haber enviado al infierno una temporadita… Creo sinceramente que el trabajo en sí mismo no se sostiene, ni siquiera el que es solamente para ganar dinero: yo creo que todos trabajamos para ganar dinero pero si no encontramos cierta satisfacción en el trabajo, la satisfacción de estar haciendo algo de calidad, algo que nos hace enorgullecernos de alguna forma y que tiene que ver con la sensación de haber hecho un buen trabajo, pues nos va a crear muchos problemas. Creo que Freud dijo algo de esto: algo sobre que los hombres y las mujeres vivimos gracias al amor y al trabajo (o algo similar), y me imagino que cuando se está refiriendo al trabajo lo hace refiriéndose a la relación íntima y muy personal entre el trabajo y el trabajador y que esa relación dé satisfacción al trabajador porque sino “caput”, empiezan las sensaciones de fracaso, las frustraciones, los síntomas y nos convertimos en dolientes y … y todo lo que decíamos anteriormente.

28 de mayo de 2011, 23:40  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

Ana, que me horripilo:
La burocracia tiene escasa reputación, pero lo malo de ella no son los papeles, sino el diábolico manantial de filosofía que te hace tragar, cada burocracia la suya. Como hablas de satisfacción, tengo que pensar que tu frase "no me parece mal la evaluación y buscar calidad en nuestro trabajo, en prácticamente todos los trabajos", es completamente ingenua, y que no has sido mordida por el vampiro del EFQM, por citar uno que galopa en escoba institucional por las tierras de los chistes de bilbaínos. (Esto es solo la presentación: "El Modelo EFQM de Excelencia tiene como objetivo ayudar a las organizaciones (empresariales o de otros tipos) a conocerse mejor a sí mismas y, en consecuencia, a mejorar su funcionamiento").
Ana, si últimamente te molestan el sol y los crucifijos más de la cuenta, o no ves tu imagen en los espejos, vas a tener que hacerte una transfusión semántica completa.
Eso que dices que dice Freud, yo se lo he oído decir a Freud en un anuncio de la tele, ¿a ti te parece bonito? Que yo soy funcionaria en un hermoso convento, en el que llevo orando et laborando una pila de años. Me entrego al bisbiseo y la azadilla mañana, tarde y noche, y nadie me obliga, es mucha vocación y bastante fe. Pero desde que el EFQM y otros jinetes tomaron el claustro, los monjobobos vemos consternados cómo los rezos y el huerto que da sentido a nuestra profesión, y por los cuales transcendemos, son arrinconados y despreciados. La filosofía de la calidad (Q) solo cree en la organización (como concepto abstracto y como ente físico), nace de ella para volver solo a ella, es puro ONANISMO.
(Y así, I can't get no satisfaction, cause I try and I try and I try, I can't get no, ¡i can't get nooooo!)

29 de mayo de 2011, 10:40  
Anonymous Ana ha dicho...

¡Ay,ay,ay,Elefante de Guerra! Yo no he hablado de la Q de calidad: es que ¡esa es otra!¿Por qué esos "vampiros que viajan en escoba" son los que tienen el significado del concepto de la palabra "calidad"? Tú se la has concedido, yo no: ellos son todo lo que dices tú y mucho más (yo también he sido mordida por ellos y me tienen machacada):eso de que se alimentan con sus propias evaluaciones a los funcionarios.... ¡Claro que lo he sufrido en mis propias carnes! y además ellos no pueden evaluarnos, en primer lugar porque no son especialistas en nuestro trabajo, no lo conocen, y en segundo lugar, porque, aunque lo fueran, no tienen niguna atribución para evaluar a nadie, no tienen ningún sentido más que el de, como tú bien dices, vampirizar: pero yo no me estaba refiriendo a ellos en el comentario anterior (aunque sí me he referido a ellos un poco en los primeros comentarios): es que tiene narices que no podemos hablar de calidad porque ellos han acaparado el concepto. Y lo que dice Freud, pues yo no lo he leído de primera mano, eso es verdad, pero estoy bastante de acuerdo con quien lo haya dicho: que el trabajo es muy importante en nuestras vidas y precisamente por eso nos puede machacar muchísimo. Creo, Elefante de Guerra, que no me he explicado bien, porque yo no creo en ninguna "filosofía" de calidad, pero sí que pienso que el trabajo no solamante nos puede fastidiar mucho sino que también podemos fastidiar a otros cuando hacemos mal el nuestro... No quería decir más (lo de las piedras creía que me iban a caer por "chula", no por la Q de calidad.Bueno, me voy a hacer esa transfusión semántica, a ver si me explico mejor la próxima vez, porque veo que a tí también te están haciendo daño esos indeseables y desde luego que bajo ningún concepto quiero que se me una a esos personajes ¡Que no, que noooo!)

29 de mayo de 2011, 11:59  
Anonymous Ana ha dicho...

También quiero decir que a mí también me han arrinconado y despreciado mis rezos y mi huerto que dan sentido a mi profesión, pero no solamente esos vampiros sino también desde otras muchas instituciones y también muchas personas privadas -"Homo homini lupus est"-, así que no creo que estoy hablando desde la ingenuidad-aunque es verdad que soy bastante ingenua- pero sigo considerando que es lícito hablar de evaluaciones y de calidad: por ejemplo, ¿los preofesores pueden evaluar? pues yo creo que sí, y que no solamente pueden sino que deben hacerlo, aunque esas evaluaciones tengan-como todo en esta vida- aspectos también negativos.
Elefante de Guerra, no te horripiles conmigo, que yo creo que estamos -como tú has dicho- ante un problema de semántica, pero que en el fondo no creo que estemos en desacuerdo (eso creo yo).

29 de mayo de 2011, 14:09  
Blogger Elefante de Guerra ha dicho...

No te preocupes, Ana. Aunque no nos entendiéramos tendríamos que entendernos, ¡que entre verboludópatas no hay deudas de juego! Y sí, sé bien qué son los márgenes, como tú con esos gustos tan clásicos: Vae victis!
Yo igual: tan orgullosa de la adarga y el morrión que heredé de un tercio que pasaba por Churdínaga al volver de Flandes. (Al final va a resultar que estos angelitos del EFQM van a estar recibiendo leches mentales por mi frustración de siglos).
Además, yo también creo mucho en el trabajo. El mío es un verdadero lujo, y ni me atrevo a hablar porque cuando contemplo otros pienso que me moriría si tuviera que ganarme la vida como la mayoría de la gente. ¿A que queda superhorroroso? Ya sé, no me gusta naaaada ser franca, se me enfría la barriga y luego toso.
Y no creo en la evaluación, esa palabra no es mía. Yo en lo que creo es en el examen (además de en los exámenes), en el examen y en la reflexión en profundidad. Y también en rendir cuentas. ¿De qué hay que examinarse, que yo quiero? Es bromaaaaaa.
(Ana, te dejo esto aquí y me subo corriendo a la nueva entrada de Viar, que he visto por encima y es un poco impresionante).

29 de mayo de 2011, 19:53  

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