viernes, 28 de octubre de 2011

¿Reconciliación?


La declaración de tres delincuentes encapuchados, mostrando sus armas, en flagrante ilegalidad, y diciendo que dejan definitivamente "la actividad armada"- es decir, de asesinar - ha desencadenado un nuevo tiempo político en nuestro país. El suspiro de alivio inicial es lógico: la esperanza de que sea verdad que la sangre no vuelva a correr por nuestras calles, que el horror de la muerte no vuelva a impregnar a familias...¡que acabe!

Y se abre la reflexión sobre cual debe ser la acción política justa para dar fin a este período por las instituciones democráticas. Es una situación compleja por la cantidad de aspectos que convergen y porque son muchas décadas de crímenes y terrores.

Varios discursos, con sus razones y argumentos, se despliegan sobre ello.
Se trata de qué acciones son necesarias o convenientes para que la justicia promueva la convivencia democrática.

Por un lado todo parece indicar que la formación política de los terroristas ganará votos. Tendrá un premio electoral. ¿Por qué tanta gente quiere premiar a quienes dejan de matar, como si esto fuera un mérito? ¿Para que no vuelvan a matar? ¿Por que están de acuerdo con sus objetivos pero no les votaban porque mataban? Ética de las convicciones: sus ideas son justas maten o no maten. Una infamia social se extiende sobre nuestra sociedad que elude su juicio sobre lo sustancial de toda convivencia que es el respeto a la vida. Es guay no comerse el coco con complicaciones: a mí me va eso, pues lo voto y punto.

Por otro lado aparecen los profetas de la Reconciliación. Son los que compartían ideología o fines políticos con los etarras, que arrastraban la culpa por ello y ahora están contentos pues se han librado de ese peso. Pero son muchos años, muchos muertos, muchos huérfanos, muchas viudas, incontable sufrimiento... Hay una culpa colectiva que gravita, con distintos pesos, sobre diversos grupos de nuestra sociedad. Porque les mataron delante de nosotros, porque hubo pasividad, insuficiente respuestas... Obviamente cada uno tendrá su juicio sobre esto pero todos queremos tener paz al respecto.
Reconciliación es un término de origen religioso. Volver al concilium, a seno de la Iglesia. En su sentido más actual es volver a ser amigas personas que habían dejado de serlo. Volver a la concordia.

No me parece el término adecuado para aplicar a nuestra realidad de hoy. No se debe plantear una exigencia moral tan terrible e imposible de cumplir para las víctimas. ¿Cómo decirle a una mujer cuyo marido fue asesinado en la flor de la vida, con un niño de un año, y que han tenido ambos que vivir siempre con esa irreparable pérdida, que se reconcilie con quienes mataron a su marido? No tiene sentido, es inhumano. Por eso quienes piden reconciliación y perdón - para quienes ni siquiera lo han pedido - que se arreglen con sus culpas de otro modo.
Lo que pacifica los espíritus es el cumplimiento de la Ley, es lo que permite que sin necesidad de "reconciliaciones" podamos convivir en democracia.

Que las leyes se cumplan no sólo es respetar la dignidad de las víctimas, y darles la reparación que necesitan para su paz, sino que también es lo que permite - aunque les cueste creerlo - un camino para su propia paz a quienes cometieron crímenes, un modo de tratar la carga mortífera que llevan a cuestas.

A partir de ahí sería posible hablar después de misericordia...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Interpretar un discurso


Es lo que hace Santiago González es su reciente libro: "Lágrimas socialdemócratas". Interpreta Santiago el decir de nuestro presidente de gobierno en su quehacer político. Todo gobernante emplea un discurso para desempeñarse en su función de ocupar el lugar de Amo. De Amo demócrata en tanto ha sido elegido por su sociedad. Con el tiempo han ido variando profundamente los modos del discurso del Amo, como conceptúa Lacan al discurso que distrubuye los lugares fundamentales en el vínculo social.

Generalmente los gobernantes apelan en su discurso a objetivos que apuntan a realizar ciertos ideales que el gobernante prometió y por los que le votaron. En cómo se adecúan sus acciones a esas promesas - siempre deficientemente - se puede juzgar la honestidad de un gobernante.

Pero estamos en la hipermodernidad. El clásico discurso del Amo del que hablamos ha ido siendo desplazado por otro en el que - según Jacques-Alain Miller - va tomando el mando la consecución del goce. El objeto (a) en términos lacanianos. Esto es algo que constatamos cada día en la vida corriente: la pérdida de peso en la subjetividad contemporánea de los "valores" respecto a las consecuciones. Ser rico como sea es lo más importante, disfrutar de todo lo posible es la única estrategia vital, la plenitud de la vida se mide cuantitativamente por el monto de goce obtenido.
Y si no... que eres (con perdón) gilipollas.

Pues este libro viene a mostrarnos uno de los decires que corresponde a esta nueva época. Un decir que no remite su responsabilidad a los hechos sino a las convicciones del dicente. Pues tras una apelación permanente a los ideales, su falta de correspondencia con los hechos, produce un efecto disipativo de la coherencia que es imprescindible para la ética. Paradójicamente - lo pueden encontrar en el libro - lo que aparece es que la palabras pueden ser usadas para justificar nuestro modo de proceder, es decir, nos libran de nuestra responsabilidad a la vez que la proclaman permanentemente.

Zapatero es un líder auténticamente contemporáneo, ofrece el discurso que es coartada para presentar un semblante que oculta la ausencia total de principios sustituidos por proclamas sentimentales y de buenas intenciones. "Buenismo" llama González a esto con acierto. Es la elaborada construcción de un falso semblante.