martes, 25 de enero de 2011

Las victimas y nosotros

Símbolo del Día de la Memoria.
Se trata del título de una conferencia pronunciada hace algo más de un año. Les extracto gran parte de ella. Hoy, cuando contemplamos esperanzados que el terrorismo se debilita, es muy importante que tengamos en cuenta el deber de memoria, pues de ello depende el relato que quede de lo que ha pasado y, por tanto, nuestro devenir político también.


"Quiero agradecer al Grupo de Psicoterapia Analítica de Bilbao, por esta invitación a hablar aquí, con ustedes, de los efectos del terrorismo en el País Vasco. Su invitación me ha sorprendido agradablemente. Es la primera vez, que yo sepa, que se realiza en un medio que se ocupa de salud mental, de psiquiatría o psicoanálisis, una conversación sobre los efectos que el terrorismo de ETA ha producido en nuestro país a lo largo ya de varias décadas.
Sorpresa porque creo que es evidente que a lo largo de estos años, en la sociedad civil, se ha hablado muy poco en libertad de esta cuestión. Es verdad que la satisfactoria evolución que, afortunadamente, podemos constatar hoy favorece esa toma de palabra necesaria para normalizar nuestra sociedad.
“Los efectos psíquicos del terrorismo en el País Vasco” es el tema que nos convoca. Quiero dejar claro, de entrada, a qué me voy a referir. Para ello me ha parecido conveniente introducir el tema por la actualidad de esta misma semana. Con dos noticias que he leído ayer en “El Correo”, periódico de Bilbao.
La primera aparece en la página 26, donde el diario hace la crónica de un juicio contra los presuntos asesinos de un concejal de Zarautz, José Ignacio Iruretagoyena, asesinado por ETA mediante una bomba lapa puesta en su coche y que destrozó su cuerpo. Dice la crónica: Casi doce años después de la muerte del concejal, su mujer, María José Imaz, que nunca hasta ahora había hablado públicamente, contó al tribunal que “en todo este tiempo he querido proteger a mis dos hijos- tenían 4 años uno, y pocos meses el otro- sin darles detalles del atentado”. Al mayor, dice María José, que tiene ahora 16 años, “no se lo he podido decir hasta este año porque yo no estaba bien. El pequeño, de 12 años, todavía no lo sabe”. Desde entonces, María José, ha pasado ocho veces por el quirófano por varios motivos, y en 2006 le intervinieron de un cáncer de mama del que los oncólogos sugirieron una posible relación con el sufrimiento padecido. Mientras, los acusados en el juicio, dice El Correo, se rieron.
La viuda de Iruretagoyena reveló que tras el atentado recibió “llamadas inhumanas” en su contestador telefónico. Algunas decían: “José Ignacio, cabrón, por fin fuiste al paredón”. Hasta aquí la crónica.
Pero ¿qué ocurre con estas noticias y con el horror que nos inspiran? Que afortunadamente las olvidamos. La distancia respecto a las desgracias, nuestra no implicación afectiva, libidinal, nos permite que ese mecanismo de defensa que es el olvido nos haga recuperar nuestra normal subjetividad . La que necesitamos para vivir nuestras vidas."

"¿Por qué es tan difícil el duelo para las víctimas del terrorismo? En las víctimas del terrorismo la pérdida de un ser querido conlleva un grave efecto traumático. Pues el asesinado por el terror sufre, además, lo que llamaríamos una segunda muerte: la injuria que recae sobre el sujeto fallecido. Porque se le ha matado por ejercer sus derechos y cumplir sus obligaciones, y en nombre de una acusación infamante, que le califica, de diversas maneras, de “enemigo del pueblo”. Esta infamia se declina de varias maneras, pero siempre con la significación de que el muerto ha merecido ese destino por el daño del que le acusan. Este efecto traumático que añade a la pérdida la humillación, el agravio a su memoria, dificulta enormemente el duelo.
Toda pérdida de un ser querido nos amputa parte de nuestra vida afectiva, nos produce un agujero que es el vacío que deja el objeto amado. El trabajo de duelo es reconstruir el tejido de palabras e imágenes, de representaciones fantasmáticas que encauzan nuestro ser pulsional, y que nos permite recomponer nuestra organización libidinal, la necesidad de volver a investir nuestra energía psíquica en todo lo que permanece en nuestra vida. Es lo que llamamos un duelo normal. El respeto a la memoria del ser querido, el recuerdo de lo bueno que en él hubo para nosotros, es algo esencial.
Pero los deudos de una víctima del terrorismo tienen una grave dificultad porque se enfrentan a un sentido acusatorio que justifica la muerte de su ser querido. El sinsentido ante la pérdida se ve acompañado de la vergüenza, la incomprensión, la rabia… No pueden explicarse por qué alguien ha querido matar a su cónyuge, su hijo, su hermano…No encuentran paz en las reflexiones comunes ante la muerte: la contingencia desgraciada de un accidente, la fatalidad de una enfermedad, se hizo lo que se pudo, luchó hasta el final…No es el caso: alguien (que puede representarse como un Otro social) ha querido su muerte. Es una significación mortificante que ocupa el vacío dejado por el ser querido. De ahí propiamente su efecto traumático. Por eso les es necesaria una reparación simbólica, que les restituya la dignidad de la víctima.
Alguna cercanía personal, a través de asociaciones y foros cívicos, en las que personas víctimas del terrorismo me han honrado con su compañía, me ha permitido constatar la inmensa y decisiva importancia que para ellas tiene la recuperación de la memoria de sus muertos, del honor de su familia. Como Antígona, no cejarán por conseguir las exequias que sus seres queridos merecen.
Y es decisiva en esta cuestión la reparación por parte de las instituciones públicas debido al elevado poder simbólico que representan. Es el homenaje de este Otro social el que tiene que desplazar al Otro del daño, el que hace posible, con palabras dignas, el reconocimiento que precisan para volver anudar y recubrir el abismo subjetivo que padecen. Esto les restituye en el vínculo social."

"Afortunadamente nuestras víctimas no se han extraviado por el camino de la venganza. No han caído por ese precipicio, como en otros lugares. Para bien de todos nosotros.
El ejercicio de memoria de las víctimas es un deber de la sociedad democrática. No sólo porque es de justicia sino porque tiene, además, un efecto terapéutico en nuestra sociedad: ayuda al duelo y previene el desencadenamiento de más violencia."

"El traumatizado vive en un tiempo detenido, no es que recuerde y reviva el traumatismo permanentemente. Sino que al no inscribirse el trauma en el inconsciente no le es posible el olvido. Pues para recordar es preciso haber olvidado. Así, ante el traumatismo, cada sujeto responde siempre de manera particular. Elabora su propio modo de sintomatizarlo para soportar lo irrepresentable de la muerte, su sinsentido. Y la cura debe tratar de apuntar, no al traumatismo en sí, indescifrable, sino a la responsabilidad del propio sujeto, a su modo de respuesta y a su superación."

"Para una cierta explicación de porqué tantos jóvenes han seguido la vía violenta habrá que recurrir a múltiples causas. Unas históricas, que ahora no podemos descifrarlas en su conjunto, pero que son conocidas. Otras causas vienen de las patologías de la modernidad: patologías del acto, del consumo de tóxicos, del gregarismo violento, de crisis en la familia y en la enseñanza…Quizá tenga algo que ver el declive de la función del Padre y de su función separadora del goce. Pero en mi opinión, lo esencial es la persistencia de un discurso de mitificación de la violencia, que socializa un delirio, que soporta un Ideal identitario que se sostiene en base a constituir un Otro que integra totalmente el mal, y al que hay que eliminar. Y que ofrece a los jóvenes una vía de satisfacción pulsional en la justificación de una praxis de la violencia. Adolescentes que quedan atrapados en ese discurso y anudados al goce pulsional que promueve. Jóvenes que reniegan del orden del mundo, y que concluyen encontrando su enemigo al otro lado del espejo contra el que acaban, de modos diferentes, destruyendo sus vidas. No sin antes acabar con las de otros."

"Iré ahora a otro aspecto de los efectos del terrorismo, a la segunda noticia que venía ayer en la página 33 del diario “El Correo”. En Durango, el pasado mes de julio, ETA hizo explotar una bomba en la sede local del partido socialista. Alguien dio la alarma y la policía acordonó la zona. La explosión provocó daños importantes. Meses después, varios vecinos han colgado en ventanas y balcones unas pancartas que exigen: “que se vayan”. Pero ese lema no apunta a los autores del atentado, sino a sus principales damnificados. Lo que reclaman es el cierre de la Casa del Pueblo. Hasta aquí la noticia del periódico.
Este hecho nos introduce en la cuestión de los efectos del terror en nuestra sociedad. Es el miedo, sin duda. Un miedo que ha impregnado nuestra sociedad durante décadas. De diferentes modos, los efectos y las respuestas a ese miedo configuran una clínica del sujeto social en que estamos inmersos. Pero la denegación del miedo es el mecanismo de defensa más frecuente, más extendido. “Yo no tengo miedo”, responden muchas personas en las encuestas, en una formulación tramposa en la que se ocultan las cosas que nunca harían."

"Y también el silencio, el silencio que segrega la inhibición. Se trata de los efectos que se producen cuando la presencia de la muerte subyace como telón de fondo de nuestro acontecer. Y también la violencia callejera, y las actitudes sectarias amenazantes, y de boicot social, de marginación, que se repiten, tanto tiempo, en diversos sectores sociales y lugares de nuestro territorio."

"Hemos superado ya eso y ha cambiado en gran parte. La batalla contra el terrorismo que introduce el miedo en la población exige un liderazgo democrático firme y legitimado. Porque los ciudadanos, individualmente, es difícil que puedan expresar una respuesta política al terror. El ciudadano acobardado, solo, sin una directriz que le dé confianza, queda reducido a la impotencia. Lo explica con claridad el Freud de “Psicología de las masas”. Se necesita la personificación de un ideal liberador para que las gentes establezcan su vínculo libidinal con él y se decidan a actuar. Esto, como sabemos por la historia, puede ser para bien o para mal. Depende de los objetivos hacia los que se moviliza a los ciudadanos.
A partir de ahí, la sociedad se ha expresado de muchas y variadas formas. Es esta asunción de responsabilidad por los ciudadanos la que cambia la posición subjetiva y hace salir de la parálisis del miedo. Yo diría que nuestra sociedad es más sana, democráticamente, pues la salud social es, como en cada sujeto, la capacidad de asumir las responsabilidades que en su época le han correspondido.
Desde Freud, que nos explicó con la metáfora del “asesinato del padre de la horda primitiva” el origen de la Ley que hace iguales en derechos a todos los miembros de una sociedad, esencialmente en el derecho al disfrute de la vida, sabemos que toda muerte producida a un miembro de nuestra colectividad nos concierne. Porque tiene el mismo derecho a la vida que nosotros o nuestros hijos. Porque el asesinato de un ciudadano rompe el pacto simbólico en una sociedad y pone en cuestión que puede ser cualquiera de nosotros, y que, por tanto, atañe a nuestra responsabilidad.
Por eso la inhibición genera culpa. A cada uno su cuota de culpa que, como sabemos por Freud, es el único sentimiento que puede quedar inconsciente, pero no sin causar efectos sintomáticos, como transformar la culpa en agresividad. Algo que se puede constatar en la hostilidad y el desprecio que se expresa contra las víctimas en tantas ocasiones.
Asumir la responsabilidad es la única forma de tramitar esa culpa y de dirigir la líbido en el sentido de nuestros deseos. Quienes trabajamos con el sufrimiento humano mediante la palabra, sabemos de la importancia de hablar en libertad, de lo imprescindible e irrenunciable de esto.
Porque vencer al terror es un combate moral, más acá de la política. Consiste en hacer que logre prevalecer un discurso que responda al que sustenta la praxis perversa en todos sus aspectos. Es la responsabilidad del sujeto ciudadano.
De lo que se trata es de que, al final de esta pesadilla, se pueda construir un relato transmisible a las generaciones venideras de cómo, en este lugar y este tiempo, se consiguió una victoria sobre la pulsión de muerte que habita en la condición humana.
Gracias por su atención."

Bilbao 12 de diciembre de 2009