Efracción traumática
Lloro en medio de la destrucción
Foto de ASAHI SHIMBUN (REUTERS) 14-03-2011
Foto de ASAHI SHIMBUN (REUTERS) 14-03-2011
Con una definición clínica parece más posible acercarnos a lo ocurrido en Japón. Porque su efecto ha sido una fractura violenta en la subjetividad del mundo. Por supuesto para los japoneses en primer término. Pero todos estamos concernidos. No solamente por la compasión humana sino, también, porque ¿nos podrá tocar a nosotros algo parecido?
Lo traumático acaece cuando un acontecimiento, generalmente imprevisto, supone una intensidad emocional que desborda el lenguaje, nos deja sin palabras, o repitiendo solo los mismos dichos. Que no podemos reabsorber el impacto en nuestro ser a través de un decir que nos calme. Hablar de algo es comenzar a tratarlo. Por esa vía se irá drenando el exceso que nos angustia o nos entristece.
Un traumatismo, como el tsunami, nos rompe el mecanismo de "refrigeración" que impide que se "recaliente" nuestro espíritu, como las centrales nucleares. Y éstas comienzan, entonces, a reventarse. Metáfora limitada de los efectos que la ciencia induce hoy en nuestras sociedades.
¡Ah! siempre olvidamos que somos pobres seres a merced de las contigencias. Caprichosas e imprevisibles como los dioses. Lo que todos las ideologías tratan de cubrir es eso: la fragilidad humana frente a Zeus y demás. Y lo contaba ya Homero unos ocho siglos antes de Cristo.
Me ha impresionado el silencio de los japoneses. Cultura quizá más sabia que la nuestra, que no se olvida de que estamos aquí de casualidad y de paso. Que no se cree que su "yo" es el centro del universo. Sociedad que domina el arte de la contención, de la espera, de los silencios. Para encontrar el momento oportuno para intervenir, o para morir discretamente. Gente que responde con actos cuando las palabras no bastan.
Mi admiración y mi reconocimiento está con ese pueblo. Como dijo Borges de Macedonio Fernández: "No plagiarlo hubiera sido imperdonable".
Lo traumático acaece cuando un acontecimiento, generalmente imprevisto, supone una intensidad emocional que desborda el lenguaje, nos deja sin palabras, o repitiendo solo los mismos dichos. Que no podemos reabsorber el impacto en nuestro ser a través de un decir que nos calme. Hablar de algo es comenzar a tratarlo. Por esa vía se irá drenando el exceso que nos angustia o nos entristece.
Un traumatismo, como el tsunami, nos rompe el mecanismo de "refrigeración" que impide que se "recaliente" nuestro espíritu, como las centrales nucleares. Y éstas comienzan, entonces, a reventarse. Metáfora limitada de los efectos que la ciencia induce hoy en nuestras sociedades.
¡Ah! siempre olvidamos que somos pobres seres a merced de las contigencias. Caprichosas e imprevisibles como los dioses. Lo que todos las ideologías tratan de cubrir es eso: la fragilidad humana frente a Zeus y demás. Y lo contaba ya Homero unos ocho siglos antes de Cristo.
Me ha impresionado el silencio de los japoneses. Cultura quizá más sabia que la nuestra, que no se olvida de que estamos aquí de casualidad y de paso. Que no se cree que su "yo" es el centro del universo. Sociedad que domina el arte de la contención, de la espera, de los silencios. Para encontrar el momento oportuno para intervenir, o para morir discretamente. Gente que responde con actos cuando las palabras no bastan.
Mi admiración y mi reconocimiento está con ese pueblo. Como dijo Borges de Macedonio Fernández: "No plagiarlo hubiera sido imperdonable".