viernes, 31 de diciembre de 2010

El tiempo

Calendario solar maya

Como siempre se trata de eso que sé lo que es, pero que si me preguntan no sabría explicarlo. Un Año Nuevo puede ser el tiempo cronologico. El que medimos por el movimiento de los astros, ese tiempo que se cuenta, que nos acota y nos emplaza a nuestras tareas de la vida.
Pero ese tiempo que es más allá de la medida, ese tiempo que se hace corto o largo, que fluye, se escapa, o que es feliz o apesadumbrado, ¿cómo se mide? ¿o cuánto vale? Vale lo que hagamos, lo que seamos capaces de hacer.
Para los melancólicos el tiempo se detiene en el sufrimiento y les paraliza; quizá el mayor de todos los sufrimientos. Para los maníacos el tiempo es un cometa veloz que les empuja hacia delante. En todo caso hacia un mal lugar, porque es un goce imparable.
Lacan señalará el valor o medida lógica del tiempo: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir. Su subjetivación se realiza en segundos, pero también en años. El tiempo del inconsciente es un tiempo lógico, el que necesita un sujeto para responsabilizarse de lo que espera y saber lo que desea.
¿Es el recuerdo volver a vivir el tiempo pasado? Pero el tiempo siempre es pasado, desde cada instante vivido.
Pronto voy a cenar con mi familia, se repetirán los pequeños ritos familiares de siempre. Mientras escucho a María Callas, la sacerdotisa Norma que canta a la Casta Diva, la diosa del bosque a la que pide que aplaque el ardor de los hombres y que reine la paz en los corazones. En Nochevieja, hace más de cincuenta años, mi padre ponía esta música que me encantaba. Hay un tiempo que no pasa, que nos acompaña hasta el final. A veces conseguimos esos momentos que van a perdurar por siempre.
Que este nuevo año le traiga de esos buenos momentos, será lo que valga el año, su verdadera medida.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Cuando nace un niño


Alegría. Siempre renovada cada vez. Lo experimenté cuando fui padre: la vivencia de algo radicalmente nuevo. Parecía que le mundo se había llenado, que algo desbordaba. Es la renovación de la vida. Por eso existe el amor a los hijos: garantiza la continuidad de la especie humana. No recuerdo ya donde leí una vez la reproducción de una entrevista a Sigmund Freud. Era ya mayor y el entrevistador le preguntaba si le satisfacía la inmensa fama que tenía en el mundo ya en los años veinte. El respodía que no le importaba mucho, que cambiaría toda esa fama por que a sus hijos les fuera bien.
Todos los pueblos, todas las religiones celebran el nacimiento de un nuevo ser, y elaboran mitos y ceremonias para expresar sus sentimientos. Los humanos no dejamos de verlo como lo más parecido a un milagro. El único milagro verdadero es que un ser viviente pueda llegar a convertirse en un sujeto humano, pueda incorporarse a la comunidad de lengua en la que habita. Es la intervención divina como metáfora del efecto del lenguaje sobre el viviente. En psicoanálisis decimos que es el efecto de la metáfora paterna, que vendría a decir que, entre el amor y el deseo de una madre, una palabra llega a organizar el sentido para el nuevo ser. Que para una mujer-madre un hijo adquiere un valor innegociable, único. Freud se atrevió a decir que "para una madre, el hijo es el equivalente simbólico del falo". Es decir, del significante que nos ata al sentido. Que para los otros el recién nacido, que ni habla ni sabe, es ya supuesto como un sujeto: Jesús, y toda la serie de los nombres propios que nos humanizan.
El acierto y triunfo del cristianismo es que hizo de un recién nacido su Dios. Y que además moriría para redimir a los humanos. Espléndido relato del Evangelio de Juan donde queda fijado el carácter divino de Jesús de Nazareth y explica su inmenso atractivo a través de los siglos. Cristología se llamará su explicación.
Así que después, en Roma, sobre los ritos paganos del solsticio, configurarán la Natividad. La ceremonia anual que conmemora que un recién nacido nos salvó. Es cierto que cada recién nacido nos salva, perdura nuestra especie.
Por eso celebramos nuestras Navidades, porque hay Causa para celebrarlas. La misma para todos los que la celebramos.
Les deseo unas felices fiestas con sus seres queridos.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Del goce y del deseo

Eolo es el dios del viento que simboliza el deseo

Freud consideró que los humanos se satisfacían mediante sus pulsiones. Y que estaban regidos por el "principio del placer", cuyo límite era el displacer y vendría fijado por el "principio de realidad", es decir que el sujeto se adaptaba a las limitaciones que se encontraba en la búsqueda del placer. Más tarde, Freud se percató que podía existir un empuje "más allá del principio del placer" (título de un escrito fundamental), que llevaría al individuo a persistir, en ocasiones, en su sufrimiento, en su desgracia, en su autodestrucción. A esto le llamó pulsión de muerte. Por tanto habría dos tendencias que regían el funcionamiento de los humanos: Eros, o pulsión de vida y Tánatos, o pulsión de muerte.
Lacan propuso el concepto de goce que vendría a unificar esos dos principios sugiriendo que el sujeto siempre goza, que sería este el funcionamiento básico de la vida, que el sujeto siempre goza, que es la condición del ser viviente. Y que el goce puede ser consciente y placentero, pero también inconsciente y acarrear el sufrimiento.
Esto explica por qué perduran los síntomas que nos hacen sufrir. Porque hay un goce inconsciente, un enganche a ese procedimiento que nos causa dolor, o pesar, pero que está fijado por un modo de operar del incosnciente que lo repite. Es lo que explica la repetición que se produce en tantos órdenes en la vida del sujeto: nos parece evidente repetir en lo que causa placer, pero resulta más extraño a la subjetividad admitir que también se repite en lo que causa displacer. El sujeto piensa que no es responsable del síntoma que causa su desgracia, que eso le viene de otro lugar. Pero ese Otro lugar es lo que llamamos inconsciente y determina nuestra vida.
La Humanidad siempre ha colocado ahí el castigo divino, o todo tipo de supersticiones, dando al síntoma la significación de algo exterior que nos domina. La revolución copernicana que opera el psicoanálisis es considerar que todo lo que nos pasa tiene en el inconsciente su fundamento.

Al nacer, el ser viviente es un cuerpo gozante, no hay más que obsevar a un bebé. El camino para hacerse un sujeto es ubicarse, entrar en el lenguaje. Pasar a ser no sólo un cuerpo, sino "Fulano", y para eso es preciso que haya una pérdida de goce, un vaciamiento en sus modos de gozar (separación del seno materno, educación de esfínteres... )que dejará una incompletud en el ser vivo que es un niño (es lo que se llama la "castración", que Freud ilustró con el complejo de Edipo). En ese vacío podrá surgir el sujeto, el ser hablante. Así se constituirá el inconsciente, con las marcas de lo vivido. Y vivirá siempre con esa falta de completud, de satisfacción total y permanente, que le llevará a una búqueda constante de los objetos de los que espera el goce anhelado. Esa búsqueda es el deseo. Lo que nos mueve, determina, empuja en los empeños de nuestra vida.
Como el objeto que se busca tiene como referencia el objeto perdido, siempre encontramos aquél que tiene su huella, pero que nunca será el mismo: para llegar a ser sujetos hablantes habrá que poder perderlo definitivamente.
En el goce vivimos mientras vivimos, pero sufriendo cuando acarrea un exceso. Con el objeto imaginamos, soñamos, lo perseguimos, y alcanzamos, a veces, la dicha, los momentos de felicidad. Pero, por la estructura del ser hablante, el objeto caduca, y el deseo relanza su búsqueda aunque sabe que nunca lo hallará del todo. Pero irá escribiendo su historia.

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