sábado, 24 de diciembre de 2011

La felicidad


En estos días no paramos de "felicitarnos", aunque sabemos que la felicidad es inalcanzable. En la vida hay momentos de dicha, pero no menos de dolor. El programa de la felicidad tan ensalzado y anhelado, sencillamente, no es realizable. Las religiones, sabiamente, la prometen para la "otra vida". Consuelo de los afligidos. Retórica para aliviar lo insoportable de la vida. Son más decentes la viejas religiones que los programas  utópicos de todos los visionarios. Éstos mienten más. Mienten decididamente, con saña, para que les sigamos a ningún sitio. Yo de  joven seguí a muchos vendedores de futuros esplendorosos. En la dictadura franquista era fácil creer cualquier cosa, con tal de que fuera otra. Me ha quedado de entonces una prevención decidida frente a los profetas de todo signo. Una alergia al narcisismo que emana de todos ellos. Con los años he llegado a preguntarme cómo alguien puede ser tan presuntuoso como para prometer la felicidad a los otros. Ni Jesucristo la prometía para esta vida. Los profetas laicos son más iluminados y falsarios.
Lo dicho: los humanos no estamos programados para la felicidad. A nadie se lo ocurrió decir lo contrario hasta los comienzos de la modernidad. Alcanzar la felicidad es un delirio contemporáneo basado en    ilusiones desprendidas de la idealización de la ciencia. La contradicción entre  el ser hablante y la satisfacción que persigue es insalvable.
Pero el funcionamiento de esta sociedad exige creer en la felicidad, o hacer como si se creyera. Los pobres indignados creen, como en el 68, que bajo el asfalto hay una dulce playa esperándoles.
Y a pesar de todo...
Pues sí, cada día nos levantamos para salir en busca de nuestros deseos. Como si la felicidad nos llamara: "Eh tú, despistado. Que es por aquí. Por donde no habías pensado" Y así, a veces, entre que vas y que vienes, y que el azar nos bate de aquí para allá, nos hallamos en momentos que merecen la pena vivirse. Que dan sentido a nuestros sufrimientos y renuevan nuestras fuerzas para continuar. ¿Hacia dónde? Eso ya es otra cosa. Ustedes dirán. Cada uno por sí mismo. Más acá de las promesas de humo, y más allá de la  resignación inútil.
Por eso les deseo hoy que tengan suerte en sus búsquedas y que les deparen algo de esa felicidad.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El nuevo orden simbólico


Todos se preguntan ¿qué está pasando en el mundo? ¿A dónde vamos a parar? Sabemos que todas las generaciones se lo han preguntado desde los inicios de la modernidad. No es probable que lo hicieran en edades más antiguas. Es desde la aplicación masiva y sistemática de la ciencia a la vida de los humanos cuando la impresión de cambio y de incertidumbre aparece en la subjetividad de la época. Es que la ciencia cambia nuestras formas de vivir y nuestras concepciones sobre todas las cosas.
Pero es verdad, así lo creemos, que en el presente algo muy sustancial es diferente a antes. Por lo menos para las personas que, por edad, hemos presenciado y vivido cambios sustanciales en la sociedad. ¿Cómo hablar de ello sin que parezcan batallas de abuelo? Lo intentaré.
Los psicoanalistas consideramos que ha cambiado el paradigma de funcionamiento de nuestras sociedades en las últimas décadas. Que como ha definido J-A Miller (Un fantasía, 2004) el objeto de satisfacción ha ascendido al cénit social. Es decir que la búsqueda de goce para el sujeto se ha convetido en "la brújula de nuestro tiempo" y "le invita al sujeto a franquear sus inhibiciones".
Todo ello ha conllevado un distinto peso o importancia de los ideales y los valores morales. Como ya hemos comentado, los psicoanalistas, en nuestra jerga, denominamos a este fenómeno, que observamos en la clínica actual, como declive de la función paterna. Era ésta la que representaba y transmitía en su nombre la ley moral y los ideales para la vida del sujeto. Y hoy muestra sus limitaciones.
Por eso hablamos de un cambio en el orden simbólico, en la jerarquía de valores, en la modificación de ideales, en las causas que mueven al sujeto en nuestra civilización.
Me referiré a dos cuestiones que nos muestran esos cambios y la aparición de un nuevo orden en la vida de la gente. En primer lugar a los cambios que se iniciaron en los años sesenta. Mucho se ha escrito sobre ello, pero puedo testimoniar de haber vivido en mi juventud unos cambios que modificaron la sociedad que conocí de mis padres, mis abuelos y, en cierto modo, desde siempre.
Tras la II Guerra Mundial, la generación siguiente promovió los cambios a que me refiero. Primero cambiaron los semblantes de manera radical. Nadie había visto algo semejante a los Beattles, la minifalda, la música nueva, el protagonismo de la juventud, la impaciencia, los hippys... Pero también cambiaron las representaciones del mundo, la idea del derecho del individuo a actuar libremente en busca de su felicidad. Y También cambiaron la modalidades de goce: los hábitos de comportamiento sexual vivieron una "revolución", los porros, el ritmo de la vida...
Todo esto encontró su momento cumbre en los sucesos de Mayo del 68 en París, donde todas estas nuevas tendencias se condensaron en gigantescas protestas juveniles, sobre todo de clases medias, que no tomaron el poder pero tuvieron una influencia decisiva en el modo de vida de las gentes. Aquéllas consignas de "prohibido prohibir", "la imaginación al poder" y tantas otras, reflejaban lo que Jean-Claude Milner llamó "la arrogancia del presente"(en un libro del mismo nombre), de la que fue sujeto la pequeña burguesía intelectual. "Su arrogancia se traslada a la inmediatez del presente, se obtiene el aquí y ahora, quiere todo". Y que Tony Judt en "Algo va mal" (Ill Fares the Land), en 2010, define asi: "El individualismo - la afirmación del derecho de cada persona a la máxima libertad individual y a expresar sin cortapisas sus deseos autónomos, así como a que éstos sean respetados e institucionalizados por la sociedad en su conjunto - se convirtió en la consigna izquierdista del momento. Condujeron a la afirmación de que lo privado es político. La identidad comenzó a colonizar el discurso público". Mayo del 68 es un síntoma de un cambio de época. Curiosamente comenzó con una revuelta de los estudiantes porque no les dejaban a las chicas quedarse a pasar la noche en las residencias de los chicos.
Seguro que todo esto trajo más libertad para las gentes: reivindicaciones feministas, en mi sociedad divorciarse o tener un hijo soltera ya no sería causa de un estigma de vergüenza de por vida, el peso de las prohibiciones religiosas, políticas, disminuyó. Esencialmente se quebró la autoridad del padre sobre la sexualidad de las hijas. Se acabó el "a las diez en casa". Pero lo bueno, como siempre tuvo su lado de dificultad. Ahí nace el declive de la función paterna, la pérdida de autoridad y de referentes... la desorientación del presente. La generación del 68, cuando fueron padres se tuvieron que enfrentar a su propia pérdida de autoridad frente a sus hijos.¿Cómo es esto?¿Es mala la libertad? Sencillamente no existe un ideal de funcionamiento humano, esta es la verdad intolerable, y por tanto los cambios liberan y pueden aplastar a la vez. Ya sé que esto fastidia, pero...
Todo esto vino por lo que llamamos la izquierda. En la siguiente entrada me referiré a lo que trajo la derecha.