Una mirada
Va de arte la cosa. O, más bien, de mi punto de vista arbitrario, elitista, totalmente subjetivo respecto a las cosas que dicen ser arte. Y viene a cuento de que tengo que soportar, desde hace unos días, la presencia de una escultura en la Gran Vía bilbaina. Digo que la tengo que soportar porque está muy cercana del lugar donde trabajo. O sea que la tengo que ver casi cada día. Y hoy me he decidido a contarles mi queja por ello.
Se trata de "Carmen despierta", una escultura del célebre pintor Antonio López. Está ahí, sobre una peana de hormigón sobre la acera. Y sobre los transeúntes, que se paran, leen el cartelito de la base, fotografían a la niña con sus móviles y comentan con expresión circunspecta - se trata de arte - sus impresiones.
Pues se trata de una niña, lo que es muy obvio pues lleva pendientes para que sepamos el sexo, ya que es sólo de la cabeza la escultura. También nos informan de que es la nieta del pintor. Y que hay otra similar que se llama "Carmen dormida", y que, juntas, dice el autor que sugieren la noche y el día. Impresionante. Bueno a mí me impresiona esta escultura. Al principio la miré, me acerqué, incluso leí el cartelito para ver de que se trataba. Pero poco a poco, cada día, paso cada vez má rápido y más lejos. Intento mirar para otro lado, pero no tiene arreglo: me encoje de todas maneras.
A estas alturas ya habrán adivinado que no me gusta esta escultura. ¿Y por qué diablos me disgusta? Pues por los diablos que suscita en mí. Porque me parece de una simpleza grosera, cansina, pesada y lo peor: es tan obvia que parece casi insultante. ¿Qué quiero decir? Pues que es obesa y estúpida la escultura.
Bueno, ya vale. A ver si puedo explicarme mejor. Aunque igual es peor. Es que es una obra, como saben de Antonio López, un pintor hiperrealista. Lo que no sé muy bien que significa. ¿Demasiada realidad, exceso de realidad? Pues por ahí va lo que no me gusta. Por el exceso. Porque ocupa todo el espacio, no deja ni respirar. Y llena todo el sentido. Exceso de sentido: es una niña despierta, fíjense: ¡es que es una niña y está despierta!. Increíble. Yo es que no me lo creo. A mí me parece un enorme pedazo de masa metálica puesto ahí por las autoridades. Para que me entere de que se trata de arte, y de que nuestros buenos amos quieren divertirnos ilustrándonos. ¿No estamos en la sociedad del consumo? Pues ¡Consuman! Mientras se consumen.
Quizá algunos de ustedes, con todo el derecho del mundo, consideran que me estoy pasando. ¡Aciertan! Es lo que pretendo. Defenderme como ciudadano de lo que consideran arte quienes mandan. Pues fíjense, si pasan por ahí, en el otro cartelito que está, desde hace años, en el balcón del palacio de la Diputación que está frente a la estatua: otro monumento a lo obvio. Dice el cartelito de marras:"Pakea behar dugu", supongo que a estas alturas todos saben (incluso los senegaleses bilbainos para cobrar el subsidio) su significado: "Necesitamos la paz". Tengo que calmarme en este punto para seguir escribiendo.
Pues ocurre que cuando alguien me cuenta obviedades no me gusta. Se trata primero de cobardía: no nombran a quien nos quita la paz y la vida. Segundo, esconden por tanto a los asesinos, y finalmente, y subliminalmente, les envían a éstos su mensaje de complicidad.
La escultura es menos peligrosa. Pero es del mismo pelo: se trata sólo de "esto" y que usted se satisfaga con ello.
He leído en varios lugares (mi amiga Helena me corregirá) que una obra de arte, un cuadro, una escultura, debe remitir al sujeto que mira a lo que es su relación con el objeto. A que pueda ubicar la obra en relación a su modalidad de goce en su encuentro con el objeto. Por eso una obra de arte no dice "todo", debe tener algún punto de fuga, algo que consigne el vacío de la existencia, el hueco donde encajamos el objeto en nuestro propio ser. Eso es lo que deja el espacio para la subjetividad particular de cada sujeto, para su modo de vivir la obra de arte. Tanto más arte cuanto mayor sea su capacidad de sugerir a sujetos distintos distintas cosas.
Me refiero a esa camisa blanca del centro del cuadro en los "Fusilamientos del 2 de mayo". O a esa luz que viene tras la puerta del fondo del cuadro en "Las Meninas". A esa líneas de fuga que van más allá de la víctimas y del caballo en el Guernica. Incluso a esas bandas de colores asfixiantes de Rotkho. A toda obra que me pide algo de sentido en su interrogación, o de amor, o de dolor en su sinsentido.
Estos días ha tenido lugar una gran exposición de Antonio López en Madrid - prepárense, ahora viene a Bilbao (lo siento, no me han pedido permiso)- con gran éxito de público. La exposición más visitada de la historia del museo. ¡Oh Dios, qué equivocado debo estar!.
Pero la escultura de "Carmen despierta" sigue despertando en mí desasosiego, me mira de un modo que no me gusta. Mi mirada se desvanece y la de ella se condensa.