martes, 12 de julio de 2011

15-M y democracia


Hemos vivido en España en las semanas pasadas un fenómeno social novedoso que ha ocupado la actualidad y ha producido reacciones muy variadas. Me refiero al movimiento del 15-M que se ha basado en la ocupación de espacios públicos mediante acampadas y en la emisión de diferentes quejas, reivindicaciones y protestas. Mayoritariamente juvenil ha puesto en primer plano las dificultades para conseguir trabajo, comprar vivienda y obtener condiciones dignas de vida. Pero también ha denunciado la corrupción, la precariedad de la representación y la falta de sensibilidad de la clase política respecto a sus problemas.
Este movimiento ha interrogado a la sociedad, la ha inquietado y dividido moral y políticamente. Como tal movimiento ha tenido varias facetas, y también las respuestas que ha suscitado. Cuestión compleja que apunta a lo que no marcha en nuestras sociedades contemporáneas.
Me resulta difícil, por tanto, concluir un juicio sobre todo ello. Pero sí creo que hay cuestiones importantes a dilucidar.
De entrada suscita un respeto la protesta de quienes quedan fuera de la opulencia privilegiada en que vivimos los demás (opulencia respecto a la mayoría de los habitantes de la Tierra). Pero hay algo sospechoso en algunas adhesiones a este movimiento, en ciertos entusiasmos incondicionales. ¿Y si fuera la insidiosa culpabilidad de los que tienen en relación a los que están privados? Apoyarles hará bien a mi conciencia y me sentiré mejor. Algo de esto siempre se da en nuestro sustrato cristiano. El cristianismo siempre renace ante la visión de los pobres, mediante el goce de dar al otro lo que pide; nunca lo que desea. Es el esfuerzo para que el camello entre por el ojo de la aguja (hay muchas versiones, pero la más suave es que la "aguja" era la denominación de las puertas de la muralla de Jerusalén).
También ciertos rechazos viscerales son inquietantes:" ¡Oiga, no me molesten! Que lo que tengo bien que me ha costado. Que espabilen".
En fin, ha habido de todo, como habrán oído y leído.
Yo he oído peticiones que me parecían justas y otras absurdamente infantiles.
Pero me centraré en el aspecto más político de sus reivindicaciones contra el sistema de representación y los defectos de la clase política. Bien la llamada contra la corrupción, bien la exigencia de cambios electorales que mejoren la representación de la sociedad, etc. Pero hay un vacío en su discurso respecto a las mediaciones para ello, para la tarea política.
Escuché a Amador Fernández Savater hablar en un foro sobre "Sol", como el llama al movimiento. Lo incardinaba en un fenómeno sociológico que supone el acontecimiento, la ruptura de la rutina, de la vida ordinaria y consigue hacerse oír. Su valor sustancial es la espontaneidad y la ausencia de dirigentes o representantes que hablen por los otros. Valor contingente, manifestación auténtica, sentido vital, todo frente a las mortificaciones de la vida corriente. "La barca del amor se despedazó contra la vida corriente" (André Bretón), me recordó a mí. Nostalgia de la condición perdida, como si nos la hubieran robado.
Savater se movía en un plano filosófico, lo que decía era bonito y sugerente. Pero se plantea para todos la cuestión de cómo se hace la política. Hoy no es posible el ágora ateniense, la complejidad social y técnica ha exigido inventar mediaciones: partidos, elecciones, parlamentos...
Aquí viene mi principal objección al 15-M: ! Democracia Real Ya¡ es su principal consigna. Y de aquí parte lo que puede ser un extravío peligroso. La democracia no es real, no existe la democracia ni la justicia como expresiones acabadas y satisfactorias para todos. La democracia es una representación, un semblante decimos con Lacan. Es un teatro donde mediante la delegación se despliega la batalla de las ideas, los programas, la acción política. Es un teatro, un semblante donde se actúan dialécticamente las pulsiones que transportan las palabras. Los odios y los amores, las envidias y la generosidad, lo creativo y lo destructivo.... pasan al teatro de la democracia y se civilizan, se resuelven sin el enfrentamiento directo. Por eso las mediaciones y la "clase política" son imprescindibles.
Por eso debemos decirles a los jóvenes que si bien tienen razones, si nuestra clase política es mediocre, lo que es cierto, no se puede impugnar, solo se la cambia mediante el formalismo pacificador de las elecciones. Esta debe ser la única respuesta a "¿quién manda aquí?".
La denuncia de los semblantes- a veces penosos- de la democracia puede ser saludable, conveniente. Pero derribar esos semblantes no trae ni más democracia, ni más justicia. Propicia el retorno de lo peor. Del Otro totalitario, del triunfo de la pulsión de muerte. Deberían recordar, o leer, que cada vez que han caído los semblantes de la democracia quienes han triunfado son los Hitler, Stalin, y el derrumbe de la democracia española en el 36 acarreó el triunfo de la Dictadura franquista. Es la repetición de lo mismo, de lo peor, lo que hay que evitar.
Espero que de esta experiencia los jóvenes extraigan enseñanzas que les permita proponer nuevos discursos. Que el aire fresco de la protesta, de la petición de ser tratados con dignidad, insufle nuevos modos en nuestra política, pero que no se transforme en un vendaval que arrase con las formas de la democracia como ya ha ocurrido tantas veces en nuestra historia.
Y que no se olviden de lo que ha mantenido tanto tiempo esas acampadas: lo que tienen de fiesta, de transgresión de lo ordinario como causa de la alegría.

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