Al borde de la salud mental
Comienza así Jacques-Alain Miller su texto: “La Salud Mental no tiene más definición que la del Orden Público” (1). Definición que ha abierto un campo de discurso en el que proseguimos. En su tiempo, me hizo evocar mi experiencia de joven psiquiatra a principios de los ochenta. Eran tiempos difíciles, de reconversión industrial y conflictos sociales. Fui enviado como Jefe del Centro de Salud Mental a una localidad fabril con graves problemas: paro, marginación, toxicomanías, etc. El gobierno municipal debía tener las mejores intenciones para movilizar todos los recursos disponibles frente a esos problemas. Esa política también nos alcanzó a los trabajadores de Salud Mental que fuimos incluidos en ese movimiento. Así nos llamaron para intervenir directamente en situaciones “de crisis”. Mi idea, por entonces, un tanto aguerrida sobre la función de los centros de Salud Mental me facilitó incorporarme a esta tarea.
Relataré algunas intervenciones. En una ocasión la policía municipal nos avisó de que en un bloque de vivienda había gran alarma por una mujer que, junto a otros comportamientos extraños como vigilar por las ventanas y no salir de su casa, temían que manipulaba el gas. Los vecinos inquietos avisaron al alcalde y éste nos envió la policía. Fuimos a la casa de la paciente. Me acompañaban dos expertos celadores con ambulancia para la eventualidad de un ingreso hospitalario. Nos abrió un familiar y pude hablar con la mujer. Presentaba lo que sugería un delirio de persecución poco estructurado. Ante la alarma creada le propuse un ingreso hospitalario, a lo que se negó lógicamente. Algunos vecinos expresaron su disconformidad y los celadores le agarraron de los brazos a la mujer para llevarla a la ambulancia. En un momento la situación tuvo tintes dramáticos. La mujer, ya mayor, empezó a sangrar por las erosiones en la piel de sus brazos ocasionadas por los celadores al intentar llevársela. Y comenzó a gritar desesperadamente. Reaccioné dando la orden a los celadores de que la soltaran y de que nos fuéramos y dejáramos en paz a la señora. La crisis se acabó inmediatamente. En el tiempo en que permanecí en el Centro de aquella localidad nunca volvió a presentarse el problema de aquella señora.
En otra ocasión la policía vino para llevarnos en su coche a otra emergencia. Se trataba de un joven, con antecedentes psiquiátricos, que estaba creando conflicto en su casa, en un barrio muy marginal. Por el camino los guardias, algo inquietos, dijeron que se trataba de un tipo muy peligroso. “Éste ya ha matado a dos, en peleas. Pero salió pronto por que le dieron por loco. Además es alto y fuerte como un toro”. Mientras nos dirigíamos al lugar yo le trataba de tranquilizar a la asistente social que me acompañaba, que se estaba quedando pálida. El semblante de caballero es de lo más apropiado para tranquilizar. Sobre todo a mí mismo. Finalmente llegamos. Había revuelo en el portal y la escalera. Alguien comentó que allí cerca estaba un primo del sujeto de la intervención. Le pedí que viniera y, después, que él le propusiera acompañarle a la ambulancia para ir al hospital. Momentos después bajaron lentamente por las escaleras nuestro sujeto y su primo. Entró dócilmente en la ambulancia y se fue. Fuimos a tomarnos un vino antes de volver al consultorio.
Los afanes intervencionistas municipales fueron aminorando y abandonaron su idea de “comando psiquiátrico” para toda situación de crisis que se presentara.
Recordé aquello al leer en el texto de Miller “…con la salud mental se trata siempre del uso, del buen uso de la fuerza”. Y, diría, de inventar algo si se puede…Y de lo que dice Jean-Claude Milner en “¿Desea usted ser evaluado?” (2): “Hablar de salud mental como de una extensión de la salud pública supone en realidad extender la esfera de lo público, de tal modo que la esfera de lo privado queda totalmente absorbida por lo público.” Y después: “Aquí, en cambio, la realización de la noción de lo público supone también y ante todo la preocupación por lo privado.”
Es cuando el proceder de un sujeto adquiere un carácter disruptivo capaz de alarmar a otros cuando ese sujeto franquea el borde de la salud mental. En realidad el diagnóstico de enfermo mental lo hace el coro de vecinos, y la autoridad competente pone en marcha el tratamiento, cuyo fin es la recomposición de la homeostasis social que supone el orden público. A partir de ahí entra en juego la contingencia del encuentro que afectará, de un modo u otro, al destino del sujeto.
NOTAS:
(1) Miller, J-A. “Salud mental y orden público”. Uno por Uno nº 36. Barcelona 1994.
(2) Miller, J-A. y Milner, J-C. “¿Desea usted ser evaluado? Miguel Gómez Ediciones. Málaga, 2004.
Iñaki Viar
Relataré algunas intervenciones. En una ocasión la policía municipal nos avisó de que en un bloque de vivienda había gran alarma por una mujer que, junto a otros comportamientos extraños como vigilar por las ventanas y no salir de su casa, temían que manipulaba el gas. Los vecinos inquietos avisaron al alcalde y éste nos envió la policía. Fuimos a la casa de la paciente. Me acompañaban dos expertos celadores con ambulancia para la eventualidad de un ingreso hospitalario. Nos abrió un familiar y pude hablar con la mujer. Presentaba lo que sugería un delirio de persecución poco estructurado. Ante la alarma creada le propuse un ingreso hospitalario, a lo que se negó lógicamente. Algunos vecinos expresaron su disconformidad y los celadores le agarraron de los brazos a la mujer para llevarla a la ambulancia. En un momento la situación tuvo tintes dramáticos. La mujer, ya mayor, empezó a sangrar por las erosiones en la piel de sus brazos ocasionadas por los celadores al intentar llevársela. Y comenzó a gritar desesperadamente. Reaccioné dando la orden a los celadores de que la soltaran y de que nos fuéramos y dejáramos en paz a la señora. La crisis se acabó inmediatamente. En el tiempo en que permanecí en el Centro de aquella localidad nunca volvió a presentarse el problema de aquella señora.
En otra ocasión la policía vino para llevarnos en su coche a otra emergencia. Se trataba de un joven, con antecedentes psiquiátricos, que estaba creando conflicto en su casa, en un barrio muy marginal. Por el camino los guardias, algo inquietos, dijeron que se trataba de un tipo muy peligroso. “Éste ya ha matado a dos, en peleas. Pero salió pronto por que le dieron por loco. Además es alto y fuerte como un toro”. Mientras nos dirigíamos al lugar yo le trataba de tranquilizar a la asistente social que me acompañaba, que se estaba quedando pálida. El semblante de caballero es de lo más apropiado para tranquilizar. Sobre todo a mí mismo. Finalmente llegamos. Había revuelo en el portal y la escalera. Alguien comentó que allí cerca estaba un primo del sujeto de la intervención. Le pedí que viniera y, después, que él le propusiera acompañarle a la ambulancia para ir al hospital. Momentos después bajaron lentamente por las escaleras nuestro sujeto y su primo. Entró dócilmente en la ambulancia y se fue. Fuimos a tomarnos un vino antes de volver al consultorio.
Los afanes intervencionistas municipales fueron aminorando y abandonaron su idea de “comando psiquiátrico” para toda situación de crisis que se presentara.
Recordé aquello al leer en el texto de Miller “…con la salud mental se trata siempre del uso, del buen uso de la fuerza”. Y, diría, de inventar algo si se puede…Y de lo que dice Jean-Claude Milner en “¿Desea usted ser evaluado?” (2): “Hablar de salud mental como de una extensión de la salud pública supone en realidad extender la esfera de lo público, de tal modo que la esfera de lo privado queda totalmente absorbida por lo público.” Y después: “Aquí, en cambio, la realización de la noción de lo público supone también y ante todo la preocupación por lo privado.”
Es cuando el proceder de un sujeto adquiere un carácter disruptivo capaz de alarmar a otros cuando ese sujeto franquea el borde de la salud mental. En realidad el diagnóstico de enfermo mental lo hace el coro de vecinos, y la autoridad competente pone en marcha el tratamiento, cuyo fin es la recomposición de la homeostasis social que supone el orden público. A partir de ahí entra en juego la contingencia del encuentro que afectará, de un modo u otro, al destino del sujeto.
NOTAS:
(1) Miller, J-A. “Salud mental y orden público”. Uno por Uno nº 36. Barcelona 1994.
(2) Miller, J-A. y Milner, J-C. “¿Desea usted ser evaluado? Miguel Gómez Ediciones. Málaga, 2004.
Iñaki Viar
Etiquetas: orden público, salud mental